lunes, 21 de mayo de 2018

Relato. Fantasmas de la memoria. - (Divagacionistas. Tema: Fantasmas)

Fantasmas de la memoria


— Qué bonita mañana, ¿no crees? —El anciano alejó la mirada de la ventana y sonrió a la joven que se sentaba a su lado.

— Sin duda, padre. —Le devolvió la sonrisa e hizo un ademán de levantarse—. ¿Qué me contaréis hoy?

Con manos temblorosas, el hombre sujetó su bastón y se incorporó.

— Siéntate, que aún no soy tan mayor —le recriminó mientras cogía un álbum de tapas desgastadas y lo sujetaba contra su pecho.

Se sentó con cuidado de nuevo y con toda la delicadeza que su mal pulso le permitía, abrió el álbum, dejando al descubierto unas páginas que ya amarilleaban por el tiempo.

— ¿Te he contado cómo conocí tu madre, que en paz descanse? —la chica negó y siguió sonriendo— Cada día que pasa la echo más de menos. Mira, aquí estábamos, en las fiestas de la Virgen de Gracia. ¡Qué guapa estaba! —dijo acariciando la fotografía—. Fue un regalo de Juan, el fotógrafo del pueblo.

— ¿El del Sordo?

— Claro, hija. El hijo del Sordo, ¡qué cosas tienes! Como te decía: los chicos de la banda estaban tocando pasodobles. ¡Cuánto bailamos! Fue ella quien me sacó a bailar, ¿lo sabías? Qué mujer tu madre... —el anciano miró a su hija con ojos cansados—. María, ¿bailarías conmigo?

— Claro que sí, padre, por usted lo que sea. —dijo mientras ayudaba a su padre a levantarse.

Aún apoyado en el bastón, el hombre comenzó a dar los primeros pasos de baile y a tararear la letra de un pasodoble que el mundo moderno ya había olvidado. Tras unas estrofas, la puerta de la habitación se abrió y entró un enfermero joven con cara de espanto.

— ¡¿Qué hace de pie?! —Corrió hacia el anciano para ayudarle a sentarse.

— ¡Bailar con mi hija!

— Con... ¿con su hija?

En ese momento se asomó otra enfermera que se apresuró a intervenir. Entre ambos lo convencieron de volver a sentarse y admirar el paisaje. En voz baja, el enfermero preguntó:

— ¿Bailaba con su hija? Aquí no hay nadie.

— Ay, querido. —Contestó apenada la mujer—. Su hija nunca ha venido a verle. Los fantasmas de su memoria son lo único que le queda para combatir la soledad.

Desde el sillón se escuchó una voz: 

— Qué bonita mañana, ¿no crees? —El anciano miraba hacia una silla vacía.