Perspectiva infantil
El viento invernal pilló por sorpresa a la pequeña, que cerró
los ojos, molesta por tener el pelo de nuevo en la cara. ¡Qué incómodo! Intentó
apartar los rizos con su mano libre mientras que la otra seguía agarrada a la
de su padre. Todo lo que la rodeaba era nuevo para ella y no quería alejarse de
él. El andén, mayores hablando con sus móviles o leyendo esos libros sin
dibujos tan aburridos. Y delante de ella, eso que se llamaban… ¡vías! Era por
donde viajaba el tren, ¿no? Lo había dado hace poco en el cole. Se balanceó sobre sus talones mientras miraba hacia los lados,
inquieta por ver llegar el tren.
De repente, un ruido metálico resonó a su alrededor. Abrió los
ojos, expectante, pero nada aparecía. “Mira, ¡ya viene!”, le indicó un susurro
cercano. Sujetó con más fuerza la mano de su padre mientras una silueta
rojiblanca aparecía junto al andén. ¡El tren! Se quedó boquiabierta al ver algo
tan grande aparecer frente a ella. Cuando las
puertas más cercanas se abrieron y comenzó a salir tantísima gente, no se lo creía. ¿Iba a montar en eso? Miró hacia su padre, que sonrió al verla tan
sorprendida, mientras avanzaban hacia el interior de aquel coloso de metal.
Nada más entrar, unos agudos pitidos se escucharon en el vagón, asustándola:
las puertas se cerraban. Su padre suspiró aliviado, mientras que a través de
los cristales aún se podía ver la imagen de algunos mayores que no habían
llegado a tiempo. Parecían enfadados. Quizá eran como esa gente tan ocupada del
tren y querían ir con ellos. Como
consuelo, decidió saludarlos con la mano mientras el tren se ponía en marcha.
Cuando el tren comenzó a ganar velocidad, la pequeña encontró
un nuevo entretenimiento. Se soltó de su padre y se encaramó a un
asiento cercano. “Anda, siéntate bien.” Ella hizo caso omiso; el paisaje la
había encandilado. ¡Todo iba tan rápido! Intentaba seguir los árboles con la
mirada, pero se le escapaban. Las colinas crecían y desaparecían, dando paso a
edificios, vallas, personas… Todo ello duraba segundos. Quizá por ello, el viaje
se le pasó volando y un frenazo inesperado la sacó de sus ensoñaciones. “¡Fin
del trayecto, pequeña!” Buscó de nuevo una mano conocida y, sonriente, saltó
de la silla para echar a correr. En su imaginación, iba tan rápido como el
tren.
Quizá deberíamos probar a ver esas cosas que nos acaban resultando monótonas, rutinarias y repetitivas a través de un cristal distinto.
La de los niños parece una buena lente por la que mirar.