Carta intuitiva
Estimada profesora,
Durante años pensé que la intuición no era realmente útil, que tan solo la lógica lineal y ordenada podía llevarnos a un descubrimiento científico. Lo demás era suerte, casualidad, pura “serendipia”; pero no intuición. Esto cambió cuando elegí mi trabajo de fin de grado. Fue entonces cuando comencé a entender qué era aquello de la intuición.
Recuerdo aquella desconcertante sensación, aquella chispa que sentí cuando leí sobre uno de los muchos temas que podía haber elegido. Era aquel, ese debía escoger. En aquel momento, fue como si el resto de títulos no existiesen, como si alguien los hubiera censurado con un grueso rotulador negro. Ahora que lo pienso, cuando decidí qué grado estudiaría, la sensación fue similar. Aquí había algo, lo intuía.
No ha sido hasta hace unas semanas que todas estas impresiones han vuelto a mí. Estoy trabajando en el campo que elegí en mi TFG; siempre intenté por todos los medios volver a él, no abandonarlo. Me he empapado de todo el conocimiento y experiencias que he tenido a mi alcance, pero ha sido la intuición quien me ha permitido poner el primer punto (“y aparte”, porque siempre se puede llegar más allá) a mi investigación. He encontrado mi preciada y escurridiza molécula. Y digo escurridiza porque siempre aparecía más allá de mis límites de estudio, siempre se escapaba y no podía dar con ella. Todo lo aprendido sumado a esa chispa de intuición me hizo buscarla con un enfoque distinto y la hallé donde jamás había pensado que estaría.
Es a usted a quien debo todo. Sin aquellos debates y sus consejos siempre oportunos, no habría llegado hasta donde estoy hoy. Siempre recalcó lo importante que era para usted la formación de nuevas mentes científicas, acercar la ciencia a todo el mundo que quisiera conocerla. Para mí ha logrado lo máximo que puede conseguir un profesor: inspirarme para seguir aprendiendo y descubriendo todo aquello que me genere curiosidad. Ha despertado mi intuición y le estaré siempre agradecida.
Esperando volver a verla,